Políticas recicladas: la guerra por la basura en Asunción
El primer especial de Consenso junto a Ciencia del Sur es sobre la gente que le da una segunda vida al mundo que tiramos a la basura.
«Nosotros hacemos el trabajo de la ciudad. Es un trabajo ambiental que no se valora»
Elisa Barrios fue durante años lo que se conoce como ganchera: una de las 600 personas aproximadamente que sacan su sustento de darle una segunda vida a las toneladas de residuos que Asunción tira en el vertedero de Cateura.
Al sol.
A la sombra.
Sin agua para beber y con inundaciones que le llegaban hasta las rodillas.
Allí, Elisa convirtió desodorantes vacíos en guampas para tereré, botellas de plástico en planteras y el cobre de cables en dinero para comprar el uniforme y los útiles de sus hijas cada año escolar.
Es una transmutación que no solo realizan los gancheros, sino también los carriteros, recicladores informales que recorren la ciudad en motocarros.
Una transmutación que alivia a la capital de Paraguay, amenazada por su propia basura junto al río.
Cuando hablamos de justicia climática hablamos no solo de las personas que pudieran estar en peligro de ser más afectadas por fenómenos extremos - ciertamente, trabajadores de Cateura, que viven en zonas inundables de Asunción, lo están - sino también en garantizar que las propuestas ante un problema no dejen a nadie a atrás.
Preguntas como:
¿Por qué empresas libraron durante dos décadas por el commodity menos pensado?
¿Por qué ONGs y técnócratas ven una y otra vez a trabajadores de Cateura como parte del problema y no de la solución?
¿Qué puede aprender mi ciudad del fracaso de las reformas en Asunción?
Son algunas de las que intentamos responder en Políticas Recicladas, un especial junto a Ciencia del Sur que se apoya en los hallazgos de la investigadora Jennifer Tucker de la Universidad de New México, quien entre 2018 y 2023 estudió junto a su equipo en Paraguay qué salió mal en la ciudad que llevó a su basura frente al río.
Para Tucker, el concepto de perspectiva de déficit es esencial para entender cómo se construyen las reformas de residuos propuestas en los últimos 30 años.
Cuando los funcionarios públicos y los especialistas en políticas de desarrollo analizan a los recicladores informales, tienden a resaltar las vulnerabilidades o deficiencias de los recicladores “antes que sus capacidades y conocimientos”.
No solo es el Estado. Los organismos internacionales y las ONG tienen una larga historia de proyectos y propuestas con “errores conceptuales” que “no entienden las dinámicas del trabajo informal de residuos”.
Por ejemplo, el documento del proyecto “Asunción, Ciudad Verde de las Américas” del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) solo se enfoca en las vulnerabilidades de los gancheros, haciendo énfasis en el uso de drogas y la violencia entre jóvenes y comentando que “la mayoría de los adultos consume alcohol” —una observación que, según Tucker, “es aplicable a toda la sociedad paraguaya, pero aquí es enmarcada como un signo de deficiencia”.
Cuando uno encuadra una fotografía, por ejemplo, decide qué dejar fuera de la imagen. Para la científica, lo mismo pasa con estas reformas: “El acto de enmarcar es político, incluso cuando quienes realizan estas reformas intentan hacer pasar su mirada como técnica y objetiva”.
“Esta perspectiva de déficit pasa por alto la cantidad de capacidades que son requeridas para vivir y trabajar en condiciones de extrema precariedad”, argumenta Tucker.
Capacidades como las de Elisa de ver en un desodorante vacío una guampa de tereré, de buscar a quién vender el cobre de los cables en desuso a mejor precio para pagar la escuela de sus hijas, de cómo un bidón de plástico puede ser la clave para su nuevo proyecto de huerta en el Bañado —todo ello en un día de 40 grados sin baño en Cateura.
En el caso de los carriteros, que recorren la ciudad buscando el mismo tipo de materiales antes de que las bolsas de basura lleguen al vertedero, la contradicción es incluso más plausible.
“El Plan Nacional de Gestión de Residuos Urbanos Sólidos no distingue entre los trabajadores en el vertedero y los recicladores informales en la calle, cuando existen diferencias sustanciales entre ambos grupos”.
Mientras que los gancheros se encuentran en organizaciones, con sus problemas y disputas, el sector de los carriteros está signado por trabajadores independientes y poco coordinados.
Y lo que es peor: un decreto que reglamenta ese plan —vigente hasta la fecha— prohíbe directamente el trabajo de los carriteros.
En toda Sudamérica, décadas de esfuerzo organizado lograron cambiar la percepción que la sociedad tiene de quienes trabajan con los residuos. En Argentina, los trabajadores desafiaron la criminalización y lograron ser reconocidos como recuperadores urbanos con derechos laborales.
En Colombia, lograron pasar de ser los desechables y basuriegos a ser reconocidos como los recicladores. Es un fenómeno que, en otro contexto, la filósofa Judith Butler llama “insurrección ontológica”, una reconceptualización que también significa mayor capacidad de incidencia.
“Aunque el cambio de narrativa es menos pronunciado en Asunción”, Tucker analiza, un experto entrevistado por ella concluye que “los trabajadores de residuos no son vistos hoy como ladrones, bandidos o adictos”.
Mejorar la percepción social ha sido el objetivo de varios proyectos. Uno fue “Mi barrio sin residuos” una iniciativa impulsada en el marco de “Asunción, Ciudad Verde de las Américas” y que contó con la participación de oenegés y reconocidas empresas locales y multinacionales.
El proyecto organizaba por WhatsApp la recolección de residuos, en hogares que se anotaban voluntariamente, por parte de la Asociación de Recicladores del Barrio San Francisco.
Pero el proyecto fue diseñado por la ONG sin participación de los recicladores.
El PNUD identificó como logros la “dignificación” del trabajo de reciclaje y el aumento de la confianza entre los hogares y los recicladores, “incrementando el sentido de orgullo” de los trabajadores.
Sin embargo, los recicladores informaron que los hogares actuaban como si les estuvieran haciendo un favor en vez de respetarlos por los valiosos servicios ambientales que prestan.
La falta de involucramiento de los trabajadores significó un mal diseño de las rutas para recoger los residuos; no solo los recicladores no aumentaron sus ingresos, sino que en varios casos se redujeron debido al costo de combustible.
Aunque esto fue subsanado después, problemas mayores fueron las dificultades de organización y las distancias de los propios recicladores.
Esto es porque la asociación se formó tras la relocalización de los carriteros que vivían en asentamientos cercanos al centro de Asunción hasta el barrio San Francisco, un proyecto de viviendas subsidiadas con numerosos problemas de acceso a la ciudad.
Además, el proyecto San Francisco no consideró algo esencial para el trabajo de los carriteros: espacios en las viviendas para un depósito de lo que reciclan.
El vertedero de Cateura, como muchos otros en Latinoamérica, fue creado de una manera y en un tiempo que no consideraba los grandes peligros ambientales y sanitarios de la acumulación de basura cerca de cauces hídricos y humedales.
Corría 1984 cuando el intendente de Asunción, Porfirio Pereira Ruiz Díaz, un militar que había sido puesto en el cargo por el dictador Alfredo Stroessner, eligió un zanjón en un terreno público al lado del río Paraguay.
En este podcast narrativo contamos más sobre la guerra por la basura en Asunción
El anuncio en 2022 de su cierre definitivo como lugar de disposición final de residuos en Asunción puede verse —y hasta cierto punto es— una victoria ambiental, pero el proceso creó incertidumbre para los gancheros.
Los gancheros negociaron transformar Cateura en un centro de transferencia, un lugar donde pueden seguir recogiendo reciclajes de la basura antes de que cruce el río y termine en un nuevo vertedero asunceno en Villa Hayes.
Así, lograron mantener sus puestos de trabajo cerca de donde viven. “Los residentes del bañado valoran sus raíces comunitarias, su espacio para jardines y proximidad al centro de la ciudad” donde hay mayor acceso a servicios de salud y educación, resalta Tucker.
Pero la disputa contra los prejuicios no acaba. “Muchos reformadores no pueden entender por qué los gancheros prefieren trabajar” en Cateura, documenta la investigadora. Un desarrollador de políticas públicas admitió que uno de los objetivos era “sacarlos de ahí”.
La realidad es que, aún con toda la precariedad, trabajar de ganchero paga en general mejor que otras ofertas laborales disponibles, como atender minimercados o ser trabajadoras domésticas.
Otra gran incomprensión es sobre cómo se organizan los gancheros, quienes no escapan a la Matrix del país: relaciones clientelares con el Partido Colorado, modelos verticalistas y poca tolerancia al disenso entre sus miembros.
Estas relaciones, explica Tucker, se dan a través del “abandono organizado”, un concepto de la geógrafa Ruth Wilson Gilmore que explica mucho más de Paraguay que solo los residuos.
El “abandono organizado” es la desinversión intencional en comunidades como estrategia política. Acuerdos temporales de mutuo beneficio se enmarcan por períodos en que los funcionarios públicos los dejan en visto.
Para empeorar la desconfianza, la Municipalidad de Asunción anunció el cierre de Cateura como vertedero antes de licitar el centro de transferencia de la empresa El Farol en Villa Hayes, en medio de un nuevo capítulo de la historia del negocio de la basura.
“En otras ciudades paraguayas, los funcionarios municipales gobiernan a los trabajadores informales a través de la incertidumbre” notó Tucker, quien también investigó el manejo de los llamados mesiteros en Ciudad del Este.
Un ejemplo son los propios planes urbanos que son incompatibles con el proyecto negociado de mantener a Cateura como un “centro de transferencia”. El Plan Nacional de Residuos Sólidos plantea que los residuos sean separados por tipo en las casas, mientras que el Estado propone convertir a toda la zona en un parque nacional.
Para Tucker, “Asunción ilumina un dilema central que tienen todas las ciudades que lidian con el legado de culturas políticas autoritarias”, una realidad que describe a gran parte de la región.
Las propuestas de reforma siguen sin considerar la enorme variedad y complejidades del mundo de los gancheros y los carriteros, apostando por apoyar un modelo cooperativo sin mucha claridad —ni presupuesto— sobre cómo apoyar ese proceso y qué hacer con quienes sigan trabajando de manera independiente.
Sin embargo, evalúa la investigadora, hay signos positivos: “Lo más importante es que se siguen organizando. Y hay un creciente reconocimiento de la necesidad urgente de considerar a los trabajadores de residuos en el sistema”.
Políticas Recicladas es un especial de Consenso y Ciencia del Sur y fue posible gracias al apoyo de la Universidad de New Mexico.
Ilustración y diseño: Sofía Amarilla Heyn & David Bueno.
Fotografía y edición sonora: Nicolás Granada.
Edición para Ciencia del Sur: Daniel Duarte.
Textos y narración: Maximiliano Manzoni