El país de la energía renovable ahora quiere un gasoducto
Por qué el plan de gas fósil del gobierno de Peña es un sinsentido para la transición energética en Paraguay.
En su informe de gestión de 2025, el presidente Santiago Peña incluyó la instalación de un gasoducto como uno de los proyectos de transición energética destacables, con el fin de “diversificar la matriz energética”.
La medida es parte de la Política Energética del Paraguay al 2050, una política que se atribuye ser estratégica y moderna, elaborada bajo la coordinación de miembros del gabinete de Peña. Pero esa modernidad es engañosa: hoy el gas no es una apuesta de futuro, sino una prolongación de lo viejo.
El anuncio del gasoducto revela una visión energética anclada en paradigmas que el mundo está abandonando. Presentarlo como innovación es no entender hacia dónde va la innovación. No es una propuesta disruptiva, sino conservadora. No construye soberanía, la posterga. No democratiza la energía, la concentra.
Un gasoducto es un tubo, largo, que generalmente está enterrado (y es caro). Por dentro lleva principalmente metano (CH4) junto con otros gases, conocido comúnmente como “gas natural”.
La idea de Peña parece simple. Argentina y Bolivia tienen gas, por ejemplo. Nosotros lo compramos. Lo usamos para alimentar industrias. Reducimos costos. Ganamos competitividad. Suena lógico, pero a veces lo lógico es solo la costumbre repetida.
Construir un gasoducto en Paraguay es como invertir millones de dólares en cabinas telefónicas cuando todo el mundo tiene smartphones. Es construir una “solución” para un problema que ya cambió.
Paraguay es uno de los pocos países del mundo que genera casi el 100% de su energía eléctrica a partir de fuentes renovables.
Pero el cambio climático por un lado, y decisiones ilógicas del uso de energía por el otro nos han dejado sin margen de maniobra. El calor aumentó el consumo de energía eléctrica en las casas. Las sequías vuelven más vulnerables las hidroeléctricas de Itaipú, Yacyretá y Acaray.
En lugar de usar la energía renovable para diversificar nuestra economía y nuestra matriz, escalar procesos productivos sostenibles o mejorar la calidad de vida de la población, se la damos a cuestionables criptomineras que probablemente no tributan y no dan trabajo a los paraguayos, y a otras inversiones electrointensivas que dejan más calor que desarrollo.
Y el dinero que ganamos de la venta/cesión de energía se diluye en parches presupuestarios -políticas de Estado que deberían financiarse primariamente con la recaudación tributaria- y no para mejorar nuestro sistema energético. Ni para hacerlo más justo. Ni más resiliente.
⚡⚡⚡⚡⚡⚡⚡⚡⚡⚡⚡⚡⚡⚡⚡⚡⚡⚡⚡⚡⚡⚡⚡⚡⚡
La propuesta del gasoducto se suele justificar por la necesidad de utilizar combustibles “menos sucios” ante el posible déficit de energía que el país enfrentará en los próximos 5 años. El problema es que pasar de un combustible fósil a otro es la lógica de hace treinta años. Hoy la alternativa es la electricidad.
Además, Paraguay no tiene una red de distribución de gas natural. No existen cañerías, ni medidores, ni las instalaciones internas. Todo debería construirse desde cero, irrumpiendo dramáticamente con la vida cotidiana de las personas y en los territorios del Chaco donde se planea la construcción.
El metano💥
El metano tiene un potencial de calentamiento global al menos 80 veces superior al CO2 en los primeros 20 años tras su emisión. Su transporte mediante gasoductos implica pérdidas por fugas, a veces imperceptibles, pero acumulativamente peligrosas y muy frecuentes. Solo en Estados Unidos las emisiones de gas metano sin quemar son del 4.8%. Esa cifra contribuye a una huella global de gases de efecto invernadero mayor para el gas natural que cualquier otro combustible fósil, incluso el carbón.
Esto significa que un gasoducto no solo necesita funcionar perfectamente, sino que debe mantenerse en condiciones ideales durante toda su vida útil. Y eso no pasa. Las fugas son inevitables. Las estaciones de compresión, las válvulas, las soldaduras: todo filtra, eventualmente. Y cada microfuga suma calor al planeta.
Mientras nosotros estamos discutiendo instalar un gasoducto, varios países en el mundo están prohibiendo nuevas explotaciones de combustible fósil. La razón es simple: es una tecnología que ya no encaja con el futuro energético.
Un gasoducto no es barato, cuesta cientos de millones de dólares y su mantenimiento también es costoso. Y su vida útil está limitada por la presión internacional para abandonar los combustibles fósiles.
El retorno económico de esa inversión sólo está garantizado si se usa intensamente durante décadas. Pero si queremos cumplir con los objetivos del Acuerdo de París, no podemos seguir usando combustibles fósiles intensivamente tanto tiempo, mucho menos uno nuevo -para nosotros- y más peligroso.
Esto significa que el gasoducto sería una infraestructura destinada a la obsolescencia. Una deuda que los jóvenes de hoy tendremos que pagar, sin poder usarla plenamente. Y que además, impedirá inversiones más urgentes en energía distribuida, redes inteligentes o transporte eléctrico.
La solución ya existe y es eléctrica⚡
La verdadera revolución energética no pasa por cambiar de combustible. Pasa por cambiar de lógica. La electricidad es la forma de energía más versátil, más limpia y más eficiente. Permite mover cosas, calentar cosas, iluminar cosas, almacenar cosas. La electrificación de usos finales es la columna vertebral de una transición energética real.
Ya existen, aunque pocos, buses eléctricos en Asunción y Ciudad del Este. Ya existen paneles solares en los techos y el país tiene un gran potencial al respecto. Los costos de las renovables se redujeron de manera enorme en la última década. Ya existen cocinas eléctricas eficientes a precios accesibles. Lo que falta no es tecnología. Falta política pública, y voluntad.
Un plan nacional de electrificación para usos industriales podría sustituir el gas sin necesidad de cavar un solo metro de zanja. Requiere inversión y baterías, sí. Pero la diferencia es que esta viene con beneficios climáticos, sociales y económicos mucho mayores.
Cada infraestructura que se construye hoy va a moldear el Paraguay de los próximos años. Esta es una decisión estructural importante y no es transitoria. Cuando dicen que es un mecanismo para poder ingresar energías renovables sin comprometer al país económicamente, es una mentira.
Un gasoducto no se construye para usarlo 10 años, sino varias décadas - es una “inversión” pensada para durar generaciones. Y su existencia no solo reforzará nuestra dependencia de los combustibles fósiles y comprometerá nuestros compromisos climáticos (y por ende nuestro futuro), también nos hará nuevamente dependientes de energía importada, obturando nuestra posibilidad de construir soberanía energética.